Las cosas que vemos a diario llegan a un punto en el que se vuelven aterradoras. Y si dejas que ese miedo se apodere de ti, te estancas, te escondes, porque el mayor poder que el miedo tiene es que te paraliza. Y así te quita el tiempo, las experiencias y tu vida.
Pasan cosas que de una u otra manera te aferran al pasado. Al punto en el que te encierras, te bloqueas, te “proteges” y lastimosamente te quedas atrapado en lo que pasó, en lo que dijeron o hicieron, en los juicios, en el dolor. No se porque crecemos con un esquema de como las cosas tienen que ser… como tu vida debería ser. Y una decisión (no digo que sea buena o mala) cambia el camino que supuestamente debías seguir… tu plan de vida para ti y los “tuyos”. Y nada sale como “debería”. Y te quemas la cabeza pensando y si … hubiera tomado esta decisión, y si me hubiera quedado, y si me hubiera ido, y si hubiera dicho no… Lo cierto es que nada de eso que uno imagina pudo ser diferente, es.
Hace poco me encontré con una querida amiga en un evento, y de la nada dijo… “Belén escribe hermoso, te llega, pero últimamente no has escrito…” Y sus palabras me sacudieron. Primero el saber que lo que escribo, alguien lo lee… y luego que mis palabras lleguen… que toque corazones o vidas… y que ella se haya dado cuenta de que me quedé en silencio durante mucho tiempo.
Para mí era necesario hacerlo y creo que por un tiempo aún lo voy a seguir necesitando, porque salí de mi encierro, de mi espacio “seguro” y decidí con alma, espíritu, corazón, racional y emocionalmente que quiero vivir.
Dejé de soñarlo, dejé de esperar, dejé el miedo, y poco a poco volví a salir a un mundo que sí es cruel, y si me golpeó de todas las formas que pudo. Y eso, gracias a Dios, me cambió.
Te programan con tantas cosas, te encasillan, se espera cierto comportamiento, pero al menos a mí, no me enseñaron cómo llegar a ese punto al que otros querían que llegue. Y eso me ganó el título de REBELDE o la oveja negra de la familia, de los amigos, la que no cuadra… a la que es mejor dejar sola porque es como si estuviera caminando con una nube negra en la cabeza… o de esas que necesitan urgente una limpia porque todo le pasa. Y la gente no quiere estar cerca de alguien a la que le tildan de “complicada”. Cuando lo que más necesita esa persona es que simplemente acepten el nivel de dolor y estén. Acompañar le dicen.. pero la gente tiende a huir.
Con el tiempo, y con la autodeterminación de sanar… llegan situaciones que te prueban, te cambian, te retan. Y tienes dos opciones. Sigues escondido de la vida… o vives. Y yo escogí vivir. Y empecé a ver y a sentir las bendiciones que siempre he tenido en mi vida y eran invisibles para mí en ese momento.
Creo que hay puntos de inflexión, que te llevan a cambios profundos. Desde ser bulleado por quienes más confiabas, o un divorcio, una traición, un abuso, el juicio de “la sociedad”, la indiferencia de los “amigos” y de quien supuestamente te ama, la muerte de tus padres o hijos; y tal vez lo más duro, como tú te criticas por no ser lo que supuestamente tenías que ser.
A mí me llegó todo como cuando estás en el mar y una ola viene y le agarras mal y te arrastra, y logras sacar la cabeza justo cuando viene otra ola y te vuelve a arrastrar, y no puedes respirar, y no sabes dónde esta el piso, y viene otra… y otra… hasta que logras poner los pies en la arena, con los ojos que queman por el agua salada, y metes una gran bocanada de aire, y subes tus manos para proteger tus ojos y limpiar la arena. Los abres y ves bien donde estas, y cuál es el camino de salida; y estás firme justo cuando la siguiente ola viene por ti. Y esta vez, ya no te agarra desprevenido. Si bien estás con arena en todo lado, golpeado, sacudido, medio ahogado, estás parado. Y respiras. Te vuelves a meter en ese mismo mar que te zarandeó para limpiarte la arena… y decides salir un paso a la vez hacia la orilla.
Tal vez ese día no te vuelves a meter al mar, te quedas en la sillita, sentado viendo… te pegas una cervecita o un helado, y miras el atardecer respirando y pensando por un segundo, me salvé. Y sonríes y disfrutas de ese atardecer como nunca disfrutaste de otro.
Al siguiente día vas de nuevo al mar, esta vez más pilas… pero igual te metes en las olas… con más precaución, pero lo disfrutas porque esta vez ya sabes cómo y hasta dónde. Eso sí, sin la certeza de que te vuelva a arrastrar, pero con la paz de que esta vez estás más pilas, mejor parado, más atento a las olas que vienen y se van.
Ahora que ha pasado el tiempo y el miedo, veo a quién le dio sentido a toda mi vida, a todo lo que pasó, y sentó la base de una mujer diferente que enfrentó algo que jamás pensó que le iba a tocar vivir… Ahora veo, admiro y camino junto a mi hijo, que ya me está pasando y me mira directo a los ojos; ya no es el chiquito que lloraba o que no se soltaba de mi pierna. Desde hace tiempo, él ya camina firme, fuerte, independiente, y feliz.
Ahora es él quien me toma de la mano para que no me caiga, que me llena de besos y abrazos; que discute conmigo con mi mismo nivel de rebeldía y que aprende tanto con cada experiencia; el es quién me da el amor más puro que me llena de fuerza y paz.
Ahora estoy lista para salir del encierro, para volver a conectar, crecer, aprender, ayudar, bailar, brillar, cantar a grito pelado la música que a mí me dé la gana de escuchar a todo volumen, de ser amiga, de ser guía, de ser aprendiz, de disfrutar en paz de cada segundo de esta vida que ahora la siento y la vivo como nunca antes lo hice.
Todo pasa por una razón, la mía tiene nombre… y es quien estoy segura toca el alma de todos los que le conocen, de sus amigos incondicionales, de sus tíos y primos… de sus profes y compañeros… o de la gente que simplemente me lee y lo ve… ahora fuerte, alto, independiente y contagiando su alegría por donde va.
Y que ya se mete al mar y sabe como coger las olas.
Por Belen Avila