Atorados

No es tan normal que se caiga el sistema de inmigración cuando llegas a Miami. Esperar en las filas es parte del intinerario de viaje, pero cuando hasta la fila de los gringos se atora, mejor te armas de paciencia y fluyes.

Como buena amante del acomódate donde puedas, utilicé mi maleta de mano como almohada y me tumbé en el piso. Saqué el ipod y empecé a escuchar uno de los himnos del último año «One» de U2…

«Did I ask too much? More than a lot
You gave me nothing, now it’s all I got…»

La letra hizo que me regrese el ataque de «recuerdos decisivos», cuando debí hacer o decir algo trascendente y no lo hice. «Basta de rumiar en los recuerdos macabros», me ordené. «Suelta. Deja ir. Ya eres libre en todo sentido», y respiré profundamente… en paz.

Shuffle en acción, la siguiente canción fue un puñalada al «what if/ y si», Alejandro Sanz, concierto en en Madrid en el Vicente Calderón…»Lo ves». Ahí, en ese concierto estuve con él. Sentí ganas de reventar la tarjeta y viajar impulsivamente hacia Madrid. Pero había pasado mucho. El encontró al Mar nadando con otro. Me dijo que sus ojos verdes ya no brillaban. Se escondió en el trabajo y las motos. Y yo… yo estaba estrenando status en la cédula, después de casi 3 años de trámite y de ser la protagonista de «te puso los cuernos con tu mejor amiga»… al fin el cartoncito plastificado decía «divorciada» y todo Quito me creía loca.

«¡Chiquita!» – escuché su voz a lo lejos. «¡Qué fuerte!» pensé, «una canción y escucho su voz». Asumí que necesitaba urgente un par de terapias más. Estaba oyendo la voz del que me escribía en messenger de vez en cuando, del «what if», del dueño de mi obsesión con los ojos verdes… en inmigración… en Miami… sin sistema… en la madrugada… Imposible.

Abrí los ojos y él estaba ahí. Los cerré de nuevo. «Vas a hacer que me ponga de rodillas guapa», me dijo. Abrí los ojos y estaba ahí, de rodillas, mirándome con la misma cara de «sorpresa» que yo debí tener.

Agarró mi mano y la besó, luego puso su maleta de ejecutivo junto a la mía y se tumbó a mi lado.

Agarró uno de los auriculares y se lo puso en su oreja, me miró fijamente y me dijo «Lo ves». Tomó mi mano, la besó de nuevo y sonrió.

No sé cómo terminamos en ese aeropuerto atorados por tanto tiempo. Estábamos ahí por coincidencia o porque las coincidencias no existen. ¿Importaba? Lo único que importaba es que estábamos ahí, juntos. Tomados de la mano. Me lo contó todo. Hasta lo que él no sabía que sintió. Se lo conté todo. Hasta lo que él sabía que yo no quería contar.

A las 4 de la mañana logramos salir del aeropuerto. El primer golpe de cambio era el aire, un aire caliente, tan diferente al que habíamos respirado juntos en Madrid. Todo era diferente. Los dos habíamos sufrido, cambiado, crecido y madurado. Los dos teníamos muy claro que era lo que no queríamos en nuestras vidas. Los dos sabíamos que queríamos.

Al subirnos al bus que te lleva a rentar los coches, me dijo «Un solo coche, un solo hotel… yo me encargo de todo. Esta vez no te voy a dejar ir. Confía».

Y confié.

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