Si cierro los ojos puedo recordar claramente lo que se siente tener el corazón, y sobretodo el alma, completamente rotos y respirar con la certeza de que no hay esperanza. Un estado absolutamente melodramático y real.
Ahora, con el transcurso del tiempo… puedo respirar y sentir amor. No. No hay una sobredosis utópica en el aire. Es lo que es. Entre el miedo y el dolor; la soledad y la lucha diaria; la indiferencia y la mentira… fui descubriendo que dónde hay vida, hay muerte… son causa y efecto y por lo tanto complementarios. Sin lo uno, no hay lo otro.
He ido aprendiendo que en cada cosa que pasa, se puede encontrar el más grande dolor y al mismo tiempo amor, bondad, luz y paz.
Tal vez esto sea culpa de mi hijo. Él es la alegría bandida, llena de luz, con patas super sónicas y sin manual de instrucciones. O de mis hermanos, que son ahora positivamente incondicionales. O de mi mamá, la fuerza amorosa más poderosa que he conocido. O de mi prima de ojos verdes que pasó de ser la chiquita a quien algún momento mimé y apoyé a ser mi mayor cargo de conciencia porque creo que le fallé y no estuve cuando debí estar, para luego ser el ángel que me enseñó a vivir lo que te toca vivir, sin perder la fe… sin dejar de sonreír. O por él y su amor… simple, completo, sin dudas… sin miedos. Simple amor.
No hay culpables, sólo crecimiento y un cambio en la manera en la que se ve y se siente la vida como parte del proceso. Porque nada es tan grave… sea bueno o sea malo, no dura para siempre, por lo tanto hay que seguir y vivir… pero vivir en medio del amor.
Si cierro los ojos puedo sentir «lo malo». Pero si también abro el alma, me llena, en todo sentido, el amor.
Por Belén Avila