No tuve la vida que planifique. Pero para nada. Un momento todo iba bien, derechito, cumpliendo los objetivos que me llevaban a donde quería ir. De repente todo fue un desmadre. Fue como si en el segundo que tomé una decisión… Suas! Pum! Crash! Todo al carajo.
Así nos pasa a muchos, me imagino. Pero lo mío fue épico. De esas cosas que la gente te ve y te dice por Dios, anda a hacerte una limpia! Y uno bien mandado va y la doña que te pasa el huevo… te termina azotando con la hortiga por que en ese huevo salen cosas que dan pesadillas…
Con el tiempo vas aprendiendo que las cosas no pasan por algo, sino para algo. Estoy segura que esta paz y este equilibrio que ahora siento en mi feliz vida son el resultado de ese desmadre,
Cada desastre, fue parte de un aprendizaje. Cada error, fue parte de una lección. Cada traición, fue parte fundamental de mi comprensión sobre lo que es y no es el amor. Perdí a mis bebés así que ahora atesoro a mi increíble hijo. Perdí a mis papás, pero vivo agradecida por todo lo que me enseñaron y por toda la educación y amor que recibí. Yo ya había vivido un exilio, y eso me tenía «lista» para una cuarentena.
Y no fue ni ha sido fácil, pero ahora entiendo esa frase de Einstein en la que decía genialmente que hay dos formas de ver la vida, o todo es un milagro o nada lo es.
Cuando miro a mi hijo, su sonrisa, su perseverancia, su nobleza, esa fuerza… llena de amor que transmite y con la que ilumina todo lo que le rodea… entiendo que tal vez mis planes de vida… no eran lo que yo pensaba… y que viví todo lo que tuve que vivir por una razón, para limpiar mi vida de resentimientos, de cargas, de dolor… y asi encontrar el equilibrio, el amor, y el perdón… al ser la madre de mi milagro, mi hijo.