Hace un año y un pite más, todo se derrumbó. Tenía mi amor y mi fe, puesta en alguien… alguien que me había demostrado que podía confiar… hasta que me llamaron por teléfono y todo se derrumbó.
Mi mamá estaba muy delgada, no delgada de «cuerazo», si no delgada preocupante. Su fragilidad era extraña… ella siempre sonreía, gracias a su fe y su fuerza; pero se notaba su agotamiento, su dolor, que algo no estaba bien.
Yo había pasado mucho tiempo sola, la persona que «estaba a mi lado», había estado muy ocupada… tenía muchas reuniones de trabajo, entrenamientos, salidas con amigos. De ser prioridad pasé a ser opción. Dolió.
Cuando uno traiciona, lo hace por un error… y lastimosamente ese error es una decisión que arrasa.
Más de una vez me he dicho que a veces es mejor no saber, no enterarte, no ver que la historia no cuadra, e ignorar esos mensajes extraños, esas ausencias, ese saber que ya no están bien las cosas… y no aceptarlo aunque tu intuición te lo grité
Cuando recibí esa llamada, cuando oí esa voz detallando las respuestas que no quería escuchar, uniendo los puntos que explicaban cada una de sus ausencias… se me quebró el mundo. Se acabó toda mi realidad.
No sólo fue la voz detallando su historia, sino que me envió los audios, los chats, las fotos, los te amos, las mismas canciones, las rosas… y hasta un anillo.
Lo malo a veces se junta y el diagnóstico de mi mamá salió al mismo tiempo que la verdad. Cáncer con traición.